1X01 New Year, New Students, New Problems

Me había comportado como una completa imbécil al haber pretendido hacerle aquella jugarreta a Peace. Me había salido el tiro por la culata y él, precísamente él, sin enterarse de nada... Deprimida, me lleve una mano a la frente dramáticamente.
Para colmo de males, al errar mi tiro tuve la mala suerte de golpear a uno de los profesores con aquel delicioso muffin de arándanos y queso. Era evidente que había hecho un blanco perfécto en él pues, cuando se giró en busca del culpable de semejante afrenta, aun se sacudía las migas y restos del dulce de su lustroso cabello. Nada más verlo de frente y a pesar de lo atestado del salón no tardé en reconocerlo: Rhage, nuestro profesor de Educación Física. Resoplé, convencida de que recibiría un duro castigo perdiéndome así el resto de la fiesta, que no había hecho más que empezar.
El profesor me localizó casi al instante y se acercó a mí.
Era un hombre realmente atractivo, no podía negarlo, hacía estragos entre todas mis compañeras de clase y, a decir verdad, de todo el colegio. Sin embargo, esa obsesión suya por flirtear con todo aquello que llevase una falda no me hacía ninguna gracia y, por si eso fuera poco, la actitud chulesca con la que se desenvolvía dentro y fuera de la academia me ponía los pelos como escarpias.
Prácticamente lo tenía encima de mí cuando no pude evitar que un escalofrío recorriese todo mi cuerpo.
- Qué grimilla... - Dije por lo bajo.
El profesor me miró fijamente, pero yo fui incapaz de mantenerle la mirada. Me tendió los restos del cupcake y, con un tono que me resultó prácticamente imposible descifrar, me preguntó si había perdido el muffin. No terminó la frase cuando yo se lo arrebaté de las manos y lo escondí a mi espalda, tratando tontamente de ocultar las pruevas de mi delito. - Esto... - Fue lo único que llegué a decir con la vista clavada en la punta de mis zapatos de baile. Él sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y me miró inquisitivamente mientras trataba de arreglar un poco aquel desastre... - McGuff. - Dije una octava más alto de lo normal. - Juno McGuff, profesor, de 5º curso. - Añadí enderezándome, cuadrando los hombros y devolviéndole una mirada orgullosa y desafiante.
El profesor sonrió y, sorprendentemente, no pude evitar sonrojarme ligéramente.
- Yo... Siento mucho lo de ese... pequeño accidente. - Me disculpé, algo incómoda. - No iba para usted, señor... - Añadí, avergonzada.
- Peace... Esto me lo vas a pagar... - Gruñí entre dientes frunciendo el ceño mientras lo veía pasar, airoso, detras del profesor. De pronto me miró y sonrió socarronamente. ¡¡Estaba segura de que se había dado cuenta y estaba divirtiéndose de lo lindo al verme en apuros!! - ¡¡¡Será imbécil!!! - Rugí, y estaba a punto de avalanzarme sobre él para empezar una nueva pelea en la que seguramente volvería a ganar cuando me di cuenta de que tenía al profe justo delante de mí.
- Oh, oh... - Me lamenté.

El nuevo curso en la Academia había dado comienzo con una lujosa fiesta, allá a donde dirigiera la vista había alumnos que bailaban, reían o charlaban engalanados con carísimos diseños. Sintiéndome un poco incómoda con el vestido que Atrox me había comprado para la ocasión, decidí, como siempre, procurar mantenerme en un discreto segundo plano. Quería encontrar a Leah lo antes posible, saludarla y correr al seguro refugio de mi habitación. Nerviosa, estiré el cuello un par de veces tratando de ubicar a mi amiga entre la multitud sin éxito.
Pensé en seguir buscando en la pista de baile cuando, a mi esplada, oí a un par de muchachas cuchichear a cerca de mí. No habría prestado atención alguna de no ser porque oí mi nombre... No había novedad alguna en su fantasioso murmurar, aunque reconozco que, en el fondo, había esperado que durante el verano se hubiesen olvidado de mí y todos esos odiosos rumores. Me mordí la uña del pulgar derecho y cerré los ojos. - Necesito irme de aquí. - Murmuré.
Cada vez más inquieta, me esforcé por abrirme paso entre los alumnos arremolinados al rededor de la pista de baile pero, sin darme cuenta, me golpeé la punta de la nariz contra la espalda de alguien.
- ¡Ay! - Me quejé suavemente llevándome la mano a la nariz. - Lo siento mucho. - Me apresuré a disculparme sin levantar la vista del suelo. Hacía ya tiempo que había aprendido que lo mejor para no ver las caras de asco y odio en los demás era diréctamente no alzar el rsotro del suelo.

El profesor me miró inquisitivamente, aguardando a que me identificara y, aunque un poco desconcertada, le dije tanto mi nombre como mi curso. En ese instante vi pasar a Peace tras el profesor, dedicándome una mirada socarrona. Era evidente que sabía de mi aprieto, lo que lo divertía sobremanera. Sin poder contenerme, sentí hervir la sangre en mis venas y estuve a punto de lanzarme sobre él empezando así una pelea, pero el profesor se interponía entre ambos.
Entonces, él se dirigió a mí insinuando, como por casualidad, que le llamaba la atención el hecho de que estuviese dispuesta a comenzar una pelea con Peace aun siendo unos centímetros más baja que él, e tiendo en mi intento de agredirle con un muffin. - ¡Disculpe! - Exclamé frunciendo el ceño. Muy ofendida, coloqué mis puños cerrados con fuerza en las caderas y le miré muy seria. - En primer lugar, mi tamaño no es de su incumbencia. Puede que sea bajita, pero le aseguro que soy una persona muy capaz. - Refunfuñé, molesta. - Y, en segundo lugar, dudo mucho que, como profesor, sea correcto por su parte cuestionarse siquiera el que dos de sus alumnos puedan pelearse... - Añadí.
El me preguntó si mi actitud no parecía un poco absurda mientras clavaba en mí su intensa mirada. Desconcertada, le miré fijamente. - ¿Cómo dice? - Le pregunté, comenzando ya a avergonzarme ante la situación. - Bueno, verá... Peace y yo no nos llevamos precisamente bisn, ¿sabe? - Comencé a explicarme apropelladamente. No podía evitarlo, a pesar de que siempre me había creído inmune a los encantos del profesor, no podía evitar sentirme un poco cohibida, sobre todo, al sentir su intensa mirada sobre mí. ¿Por qué me miraba de aquel modo?

Abrumada por la inmensa cantidad de gente, traté de buscar en el amplio salón de fiestas a mi amiga Leah, pero era algo casi imposible, más aun cuando comencé a oir desagradables cuchicheos sobre mí en varios rincones. Hacía tiempo que había aprendido que mis compañeras de clase podían llegar a ser muy crueles, pero debo reconocer que aun no había conseguido lograr que aquellos comentarios desagradables dejaran de afectarme.
Tratando de escapar de la concurrida habitación, choqué sin querer con la espalda de alguien, algo bastante normal teniendo en cuenta que, estúpida de mí, no me sentía lo bastante fuerte como para levantar la vista del suelo. Tuve tan mala suerte que me lastimé la nariz y no pude evitar quejarme suavemente, mientras me llevaba la mano a la zona dolorida. Acto seguido me disculpé en voz más bien baja, sin ser capaz de levantar la vista de las puntas de mis zapatos.
El muchacho con el que choqué, sorprendido, me preguntó si me había hecho daño y, volviéndose a hacia mí, me aseguró que no debía sculparme. - Yo... Lo siento, no miraba por dónde caminaba... - Me apresuré a aclarar, sin atreverme aun a mirarle. Con voz aun más suave y calmada me preguntó si me encontraba bien. Su tono parecía algo más insistente que antes y, algo en su voz me hacía sentirme extrañamente a gusto, protegida... Era algo realmente extraño y, sin poder evitarlo, alcé la vista, despacio. - Sí, lo siento, sólo estaba distraída... - Murmuré y, de pronto, enmudecí al encontrarme con los ojos más dorados que jamás había visto. Eran... Del color de la miel, y tan extraordinariamente cálidos... Por un momento me quedé inmersa en ellos, perdiendo la noción del tiempo y todo aquello que me rodeaba, sin embargo, para mi desgracia, de pronto fui consciente de que los murmullos a mi alrededor iban en aumento y, nerviosa, volví a bajar la vista tratando de escapar.
De pronto, él pareció tensarse y me tomó del brazo. Realmente me asusté y me sentí completamente avergonzada: ahora él había oído algunos de esos rumores sobre mí. Lo más seguro era que lo hubiese creído y, humillada, traté de soltarme. Sin darme opción a responder, tiró de mí mientras me decía que saliéramos, que estaríamos mejor fuera del salón. - Pero... Yo... - Traté de responder, pero no sirvió de nada ya que la mano que agarraba mi brazo era demasiado fuerte y su paso, firme. - Espera... - Traté de soltarme, pero él no me lo permitía. Finalmente, nerviosa y asustada, me dejé llevar aunque, de algún modo, sabía que junto a él estaría a salvo.